martes, 22 de noviembre de 2011

III “Dos distantes mujeres”:

En la puerta de la vieja nevera de mi amiga Margarita, hay siempre un sobre presidido por esta nota:

“Hija, hace muchos años encontré entre viejos papeles estas cartas a cuyas autoras conozco desde que nací, mi madre y mi abuela. Por considerarlas repletas de enseñanzas para andar por la vida, no las aparté de mí. Si te fallan las fuerzas para vivir, puedes leerlas. Porque cuando yo no esté en este mundo, serán tuyas”.

Carta 1:

Minami, Octubre 27 de 1962.

Mamá:
Quiera Dios que estés bien, porque yo  llena de dolor, indecisión, e invadida de tristeza te escribo, deseando que mis verdades, no te causen mayores dolores de los que ya te he provocado.
Bien sé que no estuviste de acuerdo con la decisión de irme  a vivir con mi padre. Con el paso de los años yo tampoco comprendo que me impulsó a seguirle.
No creí tener razones para juzgarle, al mismo tiempo que me fue  útil para sentirme, desde mi rebelde e inexperta juventud, fuerte, frente a ti.
Desde siempre supe que tú único miedo era que yo te abandonara.
También me enamoré del muchacho equivocado, en los momentos en que más contradicciones ocupaban mi mente joven.
Pero me enamoré, y eso me obligó a buscar en mi padre la posibilidad real, de llegar a donde vivía el hombre que amaba.
Ahora puedo decirte que ambas cosas fueron un fracaso, mi padre nada tiene que ver conmigo, como no sea el inmenso parecido físico, que hace innegable nuestro lazo sanguíneo.
El hombre  al que amé fue una farsa, que aún mantiene mi cabeza sin rumbo y mi corazón desolado.
Siento que ya no tengo fuerzas para buscar la felicidad y estoy perdida, sin motivaciones para seguir adelante  sola  en una sociedad que aún me es ajena.
Ahora sé el valor de cuánto dejé detrás.
Me entregué sin reservas a un amor que creí diferente y sincero, dediqué todo mi tiempo a vivir para amarle. Idealicé al hombre equivocado, mientras él empalagaba mis oídos de mentiras como verdades que estoy ya segura, yo quise creer.
Al levantarme cada día sin fuerzas para andar por la vida, me pregunto por qué no te escuché, cómo no fui capaz de comprender que las madres siempre tienen la razón de la verdad. Me atormenta la realidad de la distancia que me separa hoy de ti, de mis hermanos y hasta de mi país.
La vida ha sido cruel conmigo, finjo ser fuerte y me siento hueca, vacía por dentro, me falta valor para empezar de nuevo.
Ojalá estuvieras conmigo o mejor, yo contigo.
Perdóname. Te quiere tu hija,
Olga


Carta 2:

San Cristobal, Mayo 17 de 1962.

Amadísima hija:
Dios mediante estamos bien, tan solo faltas tú en nuestro jardín.
Hija, como el botón más preciado del rosal, cuide de ti y cultive virtudes robusteciendo tu carácter.
Detenidamente te  leo y releo, le doy vueltas a tu tanto pesar y no encuentro razones, más que para llenar letras en un papel o querer desgarrarte, a porque si.
Cuando se tiene tu edad, la vida juega con una, intentando probar las fuerzas que se poseen para vivir. Pero sobre todo las ganas que tengas de INTENTARLO. Porque la vida es eso, intentos y más intentos.
¿Qué buscamos con tanto intento? La felicidad. Y ¿qué es la felicidad? Saber intentarlo una y otra vez, hasta obtener la clave de un equilibrio que pocos saben encontrar.
La felicidad se compone de tres grandes posesiones:
La salud, que como fuerza interna de nuestro cuerpo, nos permite levantarnos y andar cada día, a la salida del sol.
El trabajo, porque nos provee de un salario digno para comer, vestir y recrearnos.
El amor, accedido por sentimientos diversos: pasión, rencor, deseo, desamor, odio, olvido, melancolía, tristeza, añoranza y más. Todos estos estados de nuestras mentes son fuerzas que se contraponen, o se mezclan según el instante que vivamos: el nacimiento de un ser humano, la puesta del sol, un amanecer, la paz, las guerras y sus desastres, el sonido de la lluvia o del trueno,  la muerte y tantos cuantos sean capaces de hacernos vibrar.
¿Te falta alguna de estas claves? Bien sé que no. Te enseñé aún pequeña, que al ser humano no se le puede medir por las veces que cae, sino por aquellas, en que es capaz de levantarse.
Comenzar y recomenzar. Terminar o empezar, son verbos intrínsecos a la inmensa posibilidad de raciocinio que posee el ser humano. Eso somos, mi ángel.
Tan solo te será imperioso, pasar página al pasado y continuar ojeando este gran libro, que es la vida. Tú la posees, aboné en ti, las herramientas necesarias.
Nada debo perdonarte, ni criticarme. Somos madre e hija, intentando  luchar por la vida.
Lo demás es efímero, quien vive ama, quien ama sufre, quien sufre y ama, estará por siempre vivo. Y vivir es el don más hermoso que nos regala la muerte. VIVE Y LUCHA POR TI. Nadie podrá hacerlo mejor que tú misma. ¡Empínate y anda! La guerra de la vida, espera por ti.
En nuestro ya florecido jardín, serás siempre mariposa con sitio donde posarse.
Te queremos mucho. 
Tu mami.

3 comentarios:

  1. No existe nada más inmenso... que una madre. Es la conexión a la vida.

    Hermoso amiga!

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  2. Qué importante es que resultemos personas con la autoestima suficiente e igual coraje para luchar en la vida. Sabias palabras las de su madre y tremenda petición de ayuda de su hija.

    Una conversación necesaria, pues a todos nos falla alguna vez la buena disposición...

    Un gran abrazo, Mila!

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  3. Mila querida, mira que me hiciste lagrimar, hay tanto en esas letras, en una madre, en adioses, en recuerdos.
    Ahora mismo, abrazaría a mi mami.

    Besitos, hermosa y un abrazo enorme

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