domingo, 27 de noviembre de 2011

IV Datos para una biografía

                                                                          A mami y a papi. Y porque no, también a mis abuelos.
                                                                                                                     
Pocos son los que cuentan la historia de sus vidas tan exacticas como yo la pudiera contar. Modestia aparte, no tengo nada que esconder.
Ahora dicen que hay biógrafos, para la gente importante o famosa. ¿Yo?, ni lo uno ni lo otro.
Me llamó Dominga, estoy casi a las puertas del cielo, supe hacer de todo, pero no tengo nada y tampoco creo merecerlo.
Sin embargo no quiero que mi vida sea un misterio, así que organizaré las ideas y después las dejo en  papel, sin miedo a que me falle la ortografía.
No quiero cuentos ni inventos con lo que he vivido, tampoco me lo voy a llevar para boca arriba, que allí nada me darán por ello.
Al final, no tengo otra cosa que dejar y es mejor, no dejo herencias que sean motivos para disputas, tampoco chismes pendientes, como hizo Maíta, que nunca me contó quien fue mi padre.
Mejor me ordeno y empiezo que si se me cruzan los cables, o me canso, no acabo.
Como no escogí un lugar para venir al mundo porque Maíta nunca me lo preguntó, viví conforme con el que ella escogió para mí.
Lo primerito es que no quiero que nadie invente cuentos de mi vida, ni tengan que sentarse a  prestar oreja, a lo que otro quiera contar de mí cuando ya yo no esté. 
Me niego.
Nadie puede contar la vida de otro, mejor que aquel  que lleva los años sobre sí. Yo y solo yo para hablar de mis años en este mundo enrevesado que se llama tierra.
Así que lo organizaré y escribiré después a mi manera, pero sin faltar a la verdad.
Recuerdo que al mundo llegué yo, según decía Maíta, un jueves de mucho sol en la mañana, y lluvia por la tarde.
El primer llanto lo solté justo al mediodía, ni mucho sol ni lluvia. Justo ahí empezó mi camino; siempre repleto de cosas que puedo yo misma contar. Que lo que yo no sabía mi abuela Petrona, hubo de decírmelo antes de ella partir.
 Decía que nací negrita como un azabache toda llena de pelos y con muchas ganas solo para mamar de la teta de Maíta y dormir. Eso y más nada.
Sin embargo vaga no fui, en cuanto empiné un poquito del suelo, con ella me iba a todos lados para ayudarla, lo mismo a un  bembé en la casa de Antonio, que al velorio de cuanto difunto Maíta conociera. Con ella hasta para trabajar. Siempre las dos juntas.
En el batey en que nací y crecí, todas las mujeres andaban siempre con sus hijos  que las ayudaban en lo que hubiese que hacer y sin chistar.
Maíta, y yo lavábamos bultos de ropa, más grandes que nosotras mismas, cargábamos leña para los hornos, limpiamos casas de gentes acomodadas, lo que fuera para ganarse la vida.
Despunté hermosa, buena hembra, le decían algunos atrevidos a mi madre con los que ella discutía tras verles la picardía reflejada en la cara.
No creo haber sido una muchacha ni tan buena, ni tan mala. Eso si respetuosa. Maíta mi madre, no aceptaba ni una queja de los vecinos acerca de mí, decía que la palabra de los mayores era sagrada. Así que fuese verdad o no, los grandes eran dueños de toda la razón.
Nunca mi madre me pegó, no le di motivos para hacerlo. Las cosas como me las pidiera y cuando lo quisiera. Y bien hechas, sí señor.
Hasta los 14 años no aprendí ni a leer ni a escribir. Pero cuando descubrí lo hermoso de esto nunca más dejé de hacerlo, la escuela y Maíta fueron las dos cosas más importantes en mi vida. Antes de mis hijos, claro está.
Fui tan buena en la escuela que jamás, maestra alguna dio quejas de mí. Los puntos de mis exámenes eran los más altos del Batey. Por eso la maestra Clotilde le propuso a Maíta, mandarme a la capital para superarme.
Meses y meses estuvo la maestra corriendo tras Maíta para que me dejase ir a la beca.
__Domitila, no hay en todo el Batey una niña tan inteligente como Dominga, si usted la encierra y no le deja ir, le pesará toda la vida. Más mi madre la miraba con recelo sin contestar.
Cuando faltaban 30 días para que se fueran los estudiantes a la capital, Maíta tan seria como nunca le vi, me llamó a la cocina.
_Mire usted Dominga, yo nunca fui a escuela alguna y no me hizo falta. Para su abuela las mujeres debían saber hacer de todo en una casa, con eso era suficiente. ¿Usted quiere irse a la capital?
Ni lo pensé, con Maíta no se podía andar una con rodeos, pegué el primer “si quiero” de mi vida. Llegué aquí con dos mudas de ropa, no teníamos para más, la del diario y la de los domingos con un solo par de zapatos que la propia maestra, me compró en la tienda del Batey.
Esto era otra cosa, todo era inmenso para mí, las mujeres andaban sin sus madres. Solas para todos lados o con sus amigas. No quedó más remedio que aprender a andar sola sin Maíta. ¡Como la extrañé! tanto que en cuanto pude me la traje acá conmigo. La una no podía vivir sin la otra. Juntas estuvimos hasta que cerré sus ojos con lágrimas en los míos y la dejé partir consciente de que hasta allá no la podía acompañar. Y sin tapujos, tampoco yo lo quería. Me quedaba para entonces una vida por andar.
Justo diez días después de enterrar a mi madre, escuché el primer piropo de mi vida, lo recuerdo aún porque me causó asombro y tanta risa que casi me orino en la calle. Fue algo así como:
__Niñaaa si caminas como cocinas, me voy tras de ti hasta la iglesia.
Aquella frase dio un vuelco a mi vida, tenía apenas 21 años, desde entonces y hasta hoy me detengo ante el espejo el tiempo que sea necesario. Porque un piropo levanta la estima a cualquiera.
Me empeñé en llegar a bachiller y a pesar de los muchos piropos que a diario recibí, puse todas mis energías en alcanzarlo. Se lo había prometido a Maíta el día que vio las muchachas uniformadas de tres rayitas en la saya, como ella decía.
Fui la de más edad  de mi clase, la única sin madre en las reuniones que convocaba la directora, a quien nadie esperó nunca a la salida de la escuela, pero también la mejor estudiante.
Recuerdo como si fuera ahora mismo, el día que fui a la tumba de Maíta para compartir mi alegría con ella y decirle que estaba cumplida su promesa. Lucía en mi cuerpo la saya de tres rayitas.
Pero los piropos me perseguían por doquier, resquebrajando mis aspiraciones, debilitando día por día la promesa hecha a mi madrecita.
Comencé por jurarme a mí misma, que ningún hombre me apartaría de los estudios, pero la carne es débil, así que  mi primer amor me llevó a la notaría en un dos por tres y de ahí me encerró en la casa.
Rubio, alto, fuerte y vigoroso, se llamaba Juan. Se babeaba cuando me veía taconear. El pobre no sabía bailar. Y encima encerrarme a mí. Aquello se acabó nada más empezar.
¿Cristobal?, un charlatán, hasta llegó a decir que era mi novio cuando ni siquiera yo sabía que existía. ¡Atrevido! se quedó con las ganas, cuando apareció José Raúl en mi vida. Eso si era un hombre.
Con José Raúl me casé a los 23, fue una lástima que muriera sin dejarme descendencia, estoy segura que hubieran sido niños muy  bonitos. Hicimos una pareja tremenda, bailábamos los sábados hasta que salía el sol del domingo.  Ya se pasó al otro mundo, no será testigo para mi biografía.
Lo cierto es que marqué récord para mi época. Amé a unos más que a otros, pero me casé tres veces. Seguro que por la promesa de las tres rayitas. Al tigre que le puede importar una raya más, me decía siempre. Yo nunca estuve sola.
En ninguna quise hacer pacto con Dios, para poder continuar adelante sin deudas con el Señor.
Hasta pudiera ser que antes de los 80 vuelva a casarme. Pero no.  Aún no lo veo claro. A estas alturas, el tigre no necesita más rayas y Maíta no me lo perdonaría.
Fui rubia, morena, hasta tuve el pelo azul. Use maxis, minis  pues para eso tengo buenas piernas, aún se me puede notar. ¿Y mis caderas? esas levantaron tantas pasiones y peleas, que para qué enumerarlas.
Para cuerpo, el mío. En todo el barrio ningún otro destacó más.
Eso sí, que nadie diga que viví de mi cuerpo. No señor, Diossito no me dejaría mentirles a estas alturas.
Aún recuerdo a Maíta feliz al verme bailar. Decía que no había quien marcara el chachachá como yo. Y esa sí que no mentía. Con cuerpo y sabiendo bailar, me sentía como una bomba de esas de ahora. Si señor una bomba nuclear de las que se lo llevan todo.
Luego pasó que una mujer como yo, no podía quedarse sola en este mundo por viudez. ¡No señor! si allí había estado siempre Pepe, pero de este amor nada  he de contar… como está en el mundo de los vivos, que lo escriba él en su biografía. Va y escribo algo que no le gusta, creando una discordia. No señor, eso es precisamente lo que no quiero.
Trabajos…un montón, 8; 10, en total 12. No me botaban me iba, que culpa tenía yo  que los señores de las casas, se prendaran de mis caderas. Había que irse, que  en este mundo el que no tiene de conga, tiene de carabalí.
Yo sí que no amarro hombre, el que me quiso o me pueda querer, si que sí, todavía puede ser. Ese tiene que hacerlo sin brujería, que para eso aquí hay figura aún.
Las señoras de las casas en que trabajé fueron muy estiradas, esas en su vida cogieron  palo en sus manos con que  fregar el suelo. 
Con su dinero comía y nunca pero nunca, dejé de llevar los domingos flores a Maíta.  Fuimos siempre la una para la otra, aunque muriera sin decir el nombre de mi padre.
Fui además peluquera, bailadora de rumba, lo pagaban muy bien. Vendedora, de piezas de repuesto, siempre interesada en encontrar alguna para mi cabeza. En fin lo que apareciera y me hiciese feliz.
Lo demás ya se sabe, tengo casi 80 años y nadie a quien testar. Lo mejor será dejar bien escrita mi historia así no se tergiversa por el camino, porque claro que ni Maíta estará para poderlo aclarar.
En cuanto termine lo firmaré bien clarito con mi nombre completo así Dominga Valdés y Campos.

          Nota: Que de todo esto podrían dar fe: Juan, Pedro, Victoria y hasta     Margarita, la  mujer más seria de este mundo.

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