domingo, 27 de noviembre de 2011

IV Datos para una biografía

                                                                          A mami y a papi. Y porque no, también a mis abuelos.
                                                                                                                     
Pocos son los que cuentan la historia de sus vidas tan exacticas como yo la pudiera contar. Modestia aparte, no tengo nada que esconder.
Ahora dicen que hay biógrafos, para la gente importante o famosa. ¿Yo?, ni lo uno ni lo otro.
Me llamó Dominga, estoy casi a las puertas del cielo, supe hacer de todo, pero no tengo nada y tampoco creo merecerlo.
Sin embargo no quiero que mi vida sea un misterio, así que organizaré las ideas y después las dejo en  papel, sin miedo a que me falle la ortografía.
No quiero cuentos ni inventos con lo que he vivido, tampoco me lo voy a llevar para boca arriba, que allí nada me darán por ello.
Al final, no tengo otra cosa que dejar y es mejor, no dejo herencias que sean motivos para disputas, tampoco chismes pendientes, como hizo Maíta, que nunca me contó quien fue mi padre.
Mejor me ordeno y empiezo que si se me cruzan los cables, o me canso, no acabo.
Como no escogí un lugar para venir al mundo porque Maíta nunca me lo preguntó, viví conforme con el que ella escogió para mí.
Lo primerito es que no quiero que nadie invente cuentos de mi vida, ni tengan que sentarse a  prestar oreja, a lo que otro quiera contar de mí cuando ya yo no esté. 
Me niego.
Nadie puede contar la vida de otro, mejor que aquel  que lleva los años sobre sí. Yo y solo yo para hablar de mis años en este mundo enrevesado que se llama tierra.
Así que lo organizaré y escribiré después a mi manera, pero sin faltar a la verdad.
Recuerdo que al mundo llegué yo, según decía Maíta, un jueves de mucho sol en la mañana, y lluvia por la tarde.
El primer llanto lo solté justo al mediodía, ni mucho sol ni lluvia. Justo ahí empezó mi camino; siempre repleto de cosas que puedo yo misma contar. Que lo que yo no sabía mi abuela Petrona, hubo de decírmelo antes de ella partir.
 Decía que nací negrita como un azabache toda llena de pelos y con muchas ganas solo para mamar de la teta de Maíta y dormir. Eso y más nada.
Sin embargo vaga no fui, en cuanto empiné un poquito del suelo, con ella me iba a todos lados para ayudarla, lo mismo a un  bembé en la casa de Antonio, que al velorio de cuanto difunto Maíta conociera. Con ella hasta para trabajar. Siempre las dos juntas.
En el batey en que nací y crecí, todas las mujeres andaban siempre con sus hijos  que las ayudaban en lo que hubiese que hacer y sin chistar.
Maíta, y yo lavábamos bultos de ropa, más grandes que nosotras mismas, cargábamos leña para los hornos, limpiamos casas de gentes acomodadas, lo que fuera para ganarse la vida.
Despunté hermosa, buena hembra, le decían algunos atrevidos a mi madre con los que ella discutía tras verles la picardía reflejada en la cara.
No creo haber sido una muchacha ni tan buena, ni tan mala. Eso si respetuosa. Maíta mi madre, no aceptaba ni una queja de los vecinos acerca de mí, decía que la palabra de los mayores era sagrada. Así que fuese verdad o no, los grandes eran dueños de toda la razón.
Nunca mi madre me pegó, no le di motivos para hacerlo. Las cosas como me las pidiera y cuando lo quisiera. Y bien hechas, sí señor.
Hasta los 14 años no aprendí ni a leer ni a escribir. Pero cuando descubrí lo hermoso de esto nunca más dejé de hacerlo, la escuela y Maíta fueron las dos cosas más importantes en mi vida. Antes de mis hijos, claro está.
Fui tan buena en la escuela que jamás, maestra alguna dio quejas de mí. Los puntos de mis exámenes eran los más altos del Batey. Por eso la maestra Clotilde le propuso a Maíta, mandarme a la capital para superarme.
Meses y meses estuvo la maestra corriendo tras Maíta para que me dejase ir a la beca.
__Domitila, no hay en todo el Batey una niña tan inteligente como Dominga, si usted la encierra y no le deja ir, le pesará toda la vida. Más mi madre la miraba con recelo sin contestar.
Cuando faltaban 30 días para que se fueran los estudiantes a la capital, Maíta tan seria como nunca le vi, me llamó a la cocina.
_Mire usted Dominga, yo nunca fui a escuela alguna y no me hizo falta. Para su abuela las mujeres debían saber hacer de todo en una casa, con eso era suficiente. ¿Usted quiere irse a la capital?
Ni lo pensé, con Maíta no se podía andar una con rodeos, pegué el primer “si quiero” de mi vida. Llegué aquí con dos mudas de ropa, no teníamos para más, la del diario y la de los domingos con un solo par de zapatos que la propia maestra, me compró en la tienda del Batey.
Esto era otra cosa, todo era inmenso para mí, las mujeres andaban sin sus madres. Solas para todos lados o con sus amigas. No quedó más remedio que aprender a andar sola sin Maíta. ¡Como la extrañé! tanto que en cuanto pude me la traje acá conmigo. La una no podía vivir sin la otra. Juntas estuvimos hasta que cerré sus ojos con lágrimas en los míos y la dejé partir consciente de que hasta allá no la podía acompañar. Y sin tapujos, tampoco yo lo quería. Me quedaba para entonces una vida por andar.
Justo diez días después de enterrar a mi madre, escuché el primer piropo de mi vida, lo recuerdo aún porque me causó asombro y tanta risa que casi me orino en la calle. Fue algo así como:
__Niñaaa si caminas como cocinas, me voy tras de ti hasta la iglesia.
Aquella frase dio un vuelco a mi vida, tenía apenas 21 años, desde entonces y hasta hoy me detengo ante el espejo el tiempo que sea necesario. Porque un piropo levanta la estima a cualquiera.
Me empeñé en llegar a bachiller y a pesar de los muchos piropos que a diario recibí, puse todas mis energías en alcanzarlo. Se lo había prometido a Maíta el día que vio las muchachas uniformadas de tres rayitas en la saya, como ella decía.
Fui la de más edad  de mi clase, la única sin madre en las reuniones que convocaba la directora, a quien nadie esperó nunca a la salida de la escuela, pero también la mejor estudiante.
Recuerdo como si fuera ahora mismo, el día que fui a la tumba de Maíta para compartir mi alegría con ella y decirle que estaba cumplida su promesa. Lucía en mi cuerpo la saya de tres rayitas.
Pero los piropos me perseguían por doquier, resquebrajando mis aspiraciones, debilitando día por día la promesa hecha a mi madrecita.
Comencé por jurarme a mí misma, que ningún hombre me apartaría de los estudios, pero la carne es débil, así que  mi primer amor me llevó a la notaría en un dos por tres y de ahí me encerró en la casa.
Rubio, alto, fuerte y vigoroso, se llamaba Juan. Se babeaba cuando me veía taconear. El pobre no sabía bailar. Y encima encerrarme a mí. Aquello se acabó nada más empezar.
¿Cristobal?, un charlatán, hasta llegó a decir que era mi novio cuando ni siquiera yo sabía que existía. ¡Atrevido! se quedó con las ganas, cuando apareció José Raúl en mi vida. Eso si era un hombre.
Con José Raúl me casé a los 23, fue una lástima que muriera sin dejarme descendencia, estoy segura que hubieran sido niños muy  bonitos. Hicimos una pareja tremenda, bailábamos los sábados hasta que salía el sol del domingo.  Ya se pasó al otro mundo, no será testigo para mi biografía.
Lo cierto es que marqué récord para mi época. Amé a unos más que a otros, pero me casé tres veces. Seguro que por la promesa de las tres rayitas. Al tigre que le puede importar una raya más, me decía siempre. Yo nunca estuve sola.
En ninguna quise hacer pacto con Dios, para poder continuar adelante sin deudas con el Señor.
Hasta pudiera ser que antes de los 80 vuelva a casarme. Pero no.  Aún no lo veo claro. A estas alturas, el tigre no necesita más rayas y Maíta no me lo perdonaría.
Fui rubia, morena, hasta tuve el pelo azul. Use maxis, minis  pues para eso tengo buenas piernas, aún se me puede notar. ¿Y mis caderas? esas levantaron tantas pasiones y peleas, que para qué enumerarlas.
Para cuerpo, el mío. En todo el barrio ningún otro destacó más.
Eso sí, que nadie diga que viví de mi cuerpo. No señor, Diossito no me dejaría mentirles a estas alturas.
Aún recuerdo a Maíta feliz al verme bailar. Decía que no había quien marcara el chachachá como yo. Y esa sí que no mentía. Con cuerpo y sabiendo bailar, me sentía como una bomba de esas de ahora. Si señor una bomba nuclear de las que se lo llevan todo.
Luego pasó que una mujer como yo, no podía quedarse sola en este mundo por viudez. ¡No señor! si allí había estado siempre Pepe, pero de este amor nada  he de contar… como está en el mundo de los vivos, que lo escriba él en su biografía. Va y escribo algo que no le gusta, creando una discordia. No señor, eso es precisamente lo que no quiero.
Trabajos…un montón, 8; 10, en total 12. No me botaban me iba, que culpa tenía yo  que los señores de las casas, se prendaran de mis caderas. Había que irse, que  en este mundo el que no tiene de conga, tiene de carabalí.
Yo sí que no amarro hombre, el que me quiso o me pueda querer, si que sí, todavía puede ser. Ese tiene que hacerlo sin brujería, que para eso aquí hay figura aún.
Las señoras de las casas en que trabajé fueron muy estiradas, esas en su vida cogieron  palo en sus manos con que  fregar el suelo. 
Con su dinero comía y nunca pero nunca, dejé de llevar los domingos flores a Maíta.  Fuimos siempre la una para la otra, aunque muriera sin decir el nombre de mi padre.
Fui además peluquera, bailadora de rumba, lo pagaban muy bien. Vendedora, de piezas de repuesto, siempre interesada en encontrar alguna para mi cabeza. En fin lo que apareciera y me hiciese feliz.
Lo demás ya se sabe, tengo casi 80 años y nadie a quien testar. Lo mejor será dejar bien escrita mi historia así no se tergiversa por el camino, porque claro que ni Maíta estará para poderlo aclarar.
En cuanto termine lo firmaré bien clarito con mi nombre completo así Dominga Valdés y Campos.

          Nota: Que de todo esto podrían dar fe: Juan, Pedro, Victoria y hasta     Margarita, la  mujer más seria de este mundo.

martes, 22 de noviembre de 2011

III “Dos distantes mujeres”:

En la puerta de la vieja nevera de mi amiga Margarita, hay siempre un sobre presidido por esta nota:

“Hija, hace muchos años encontré entre viejos papeles estas cartas a cuyas autoras conozco desde que nací, mi madre y mi abuela. Por considerarlas repletas de enseñanzas para andar por la vida, no las aparté de mí. Si te fallan las fuerzas para vivir, puedes leerlas. Porque cuando yo no esté en este mundo, serán tuyas”.

Carta 1:

Minami, Octubre 27 de 1962.

Mamá:
Quiera Dios que estés bien, porque yo  llena de dolor, indecisión, e invadida de tristeza te escribo, deseando que mis verdades, no te causen mayores dolores de los que ya te he provocado.
Bien sé que no estuviste de acuerdo con la decisión de irme  a vivir con mi padre. Con el paso de los años yo tampoco comprendo que me impulsó a seguirle.
No creí tener razones para juzgarle, al mismo tiempo que me fue  útil para sentirme, desde mi rebelde e inexperta juventud, fuerte, frente a ti.
Desde siempre supe que tú único miedo era que yo te abandonara.
También me enamoré del muchacho equivocado, en los momentos en que más contradicciones ocupaban mi mente joven.
Pero me enamoré, y eso me obligó a buscar en mi padre la posibilidad real, de llegar a donde vivía el hombre que amaba.
Ahora puedo decirte que ambas cosas fueron un fracaso, mi padre nada tiene que ver conmigo, como no sea el inmenso parecido físico, que hace innegable nuestro lazo sanguíneo.
El hombre  al que amé fue una farsa, que aún mantiene mi cabeza sin rumbo y mi corazón desolado.
Siento que ya no tengo fuerzas para buscar la felicidad y estoy perdida, sin motivaciones para seguir adelante  sola  en una sociedad que aún me es ajena.
Ahora sé el valor de cuánto dejé detrás.
Me entregué sin reservas a un amor que creí diferente y sincero, dediqué todo mi tiempo a vivir para amarle. Idealicé al hombre equivocado, mientras él empalagaba mis oídos de mentiras como verdades que estoy ya segura, yo quise creer.
Al levantarme cada día sin fuerzas para andar por la vida, me pregunto por qué no te escuché, cómo no fui capaz de comprender que las madres siempre tienen la razón de la verdad. Me atormenta la realidad de la distancia que me separa hoy de ti, de mis hermanos y hasta de mi país.
La vida ha sido cruel conmigo, finjo ser fuerte y me siento hueca, vacía por dentro, me falta valor para empezar de nuevo.
Ojalá estuvieras conmigo o mejor, yo contigo.
Perdóname. Te quiere tu hija,
Olga


Carta 2:

San Cristobal, Mayo 17 de 1962.

Amadísima hija:
Dios mediante estamos bien, tan solo faltas tú en nuestro jardín.
Hija, como el botón más preciado del rosal, cuide de ti y cultive virtudes robusteciendo tu carácter.
Detenidamente te  leo y releo, le doy vueltas a tu tanto pesar y no encuentro razones, más que para llenar letras en un papel o querer desgarrarte, a porque si.
Cuando se tiene tu edad, la vida juega con una, intentando probar las fuerzas que se poseen para vivir. Pero sobre todo las ganas que tengas de INTENTARLO. Porque la vida es eso, intentos y más intentos.
¿Qué buscamos con tanto intento? La felicidad. Y ¿qué es la felicidad? Saber intentarlo una y otra vez, hasta obtener la clave de un equilibrio que pocos saben encontrar.
La felicidad se compone de tres grandes posesiones:
La salud, que como fuerza interna de nuestro cuerpo, nos permite levantarnos y andar cada día, a la salida del sol.
El trabajo, porque nos provee de un salario digno para comer, vestir y recrearnos.
El amor, accedido por sentimientos diversos: pasión, rencor, deseo, desamor, odio, olvido, melancolía, tristeza, añoranza y más. Todos estos estados de nuestras mentes son fuerzas que se contraponen, o se mezclan según el instante que vivamos: el nacimiento de un ser humano, la puesta del sol, un amanecer, la paz, las guerras y sus desastres, el sonido de la lluvia o del trueno,  la muerte y tantos cuantos sean capaces de hacernos vibrar.
¿Te falta alguna de estas claves? Bien sé que no. Te enseñé aún pequeña, que al ser humano no se le puede medir por las veces que cae, sino por aquellas, en que es capaz de levantarse.
Comenzar y recomenzar. Terminar o empezar, son verbos intrínsecos a la inmensa posibilidad de raciocinio que posee el ser humano. Eso somos, mi ángel.
Tan solo te será imperioso, pasar página al pasado y continuar ojeando este gran libro, que es la vida. Tú la posees, aboné en ti, las herramientas necesarias.
Nada debo perdonarte, ni criticarme. Somos madre e hija, intentando  luchar por la vida.
Lo demás es efímero, quien vive ama, quien ama sufre, quien sufre y ama, estará por siempre vivo. Y vivir es el don más hermoso que nos regala la muerte. VIVE Y LUCHA POR TI. Nadie podrá hacerlo mejor que tú misma. ¡Empínate y anda! La guerra de la vida, espera por ti.
En nuestro ya florecido jardín, serás siempre mariposa con sitio donde posarse.
Te queremos mucho. 
Tu mami.

domingo, 20 de noviembre de 2011

II Ruth


             …Y una mañana descubrí que a veces gana, el que pierde a una mujer. ¡¿Bailas?!”.
                                                                                                                  Joaquín Sabina.




Enigmática, progresista, feminista por encima de todo, con estos epítetos se caracteriza a esta cordobesa, que al aparecer en mi corta lista de amistades, podría considerarse “isleña naturalizada”.
Tantos años lleva en la Isla que pasa como una más. ¡Hasta por su acento y andar! Componentes que caracterizan a las mujeres de por aquí.

Si tuviera que buscar alguna diferencia entre mi amiga y nosotras, sin dudar un instante afirmo que Ruth, es una mujer total y radicalmente liberada. Tan independiente, que en no pocas ocasiones logra horrorizarme con sus actos.

Así de libre es esta mujer de pequeña talla, inmenso corazón y profunda convicción de su libertad tanto física como espiritual.

No tengo claridad de cuándo “se nos coló”, pero me sé de memoria la historia del cómo, y del por qué.

Narra que su tierra le quedaba pequeña. Le sobraron sus 18 años, para sentirse “fuera de grupo”, yo diría mejor “fuera de liga”.

No encontraba espacio entre los amigos, no le atraían los hombres en el sexo. Vagaba. Tan solo eso.

Lo que le fastidiaba en esos años, era su total conciencia de estar desaprovechando el dinero de sus padres, empeñados por pagarle estudios de Antropología. Convencidos de que conocer física y moralmente al ser humano, sería el destino de su hija.

Este mapa curricular no interesó para nada a Ruth.

Decidió extraerle a la historia, datos personales de alguna gran mujer con la que asociar su YO interior. Se sabía disímil, y por ello estaba negada a convivir entre sus semejantes, como una más.

El mundo sería su escuela, las mujeres sus maestras.

No la imagino con esa edad. Tampoco creo que fuese físicamente diferente al día en que la conocí, tres décadas después. Han cambiado solo sus códigos morales.

Pequeña, de grandes ojos negros, escondidos entre sus muchas pestañas y copiosas cejas. Gruesos labios, de esos que las muchachas de hoy fingen con silicona.

Piernas, que hacen honor a sus orígenes andaluces, en los que estoy segura algún ancestro gitano, reina en cabeza de cabellos negros  brillantes.

Más, en tan exótica belleza ibérica, lo que más gusta a quienes la rodeamos, es su sonrisa.

Amplia, franca, sonora. Sincera y contagiosa. Porque a Ruth nada la entristece ni le ocupa por más de unos pocos segundos.

De todo aprende y de todo ríe. Hasta de la muerte.

El salto peculiar se inicia,  cuando decidió salir con un mexicano estudiante de Pintura en su ciudad. Este noviazgo le hizo saltar a los anales de la Facultad de Historia, en su Córdoba natal.

Sobran los matices.

Más de un año no duró la relación, pero a ella le fue suficiente. Como secuela llegó al encuentro de la mujer que la “embrujó”. La atormentada y sexual Frida Khalo.

Frida encabezó su lista de mujeres cumbres. Esa gran colección de imágenes que adornan el Café de Ruth.

Hace poco dijo que intenta cerrarla con Lesbia, por la inmensa capacidad que para perdonar tiene nuestra nueva amiga.

¡Si tendrá guasa nuestra Ruth para sacar provecho a todo!

Fue Frida quien le enseñó a hacer el amor de una manera más libre, sin distinciones de color, sexo, mucho menos perder tiempo en búsqueda de información privada.

En su cabeza sembró su propia  interpretación de la biografía, que le brindó el cantaor Pedro Guerra sobre los amores de Frida.

Tarareando las letras de esta balada, enamoró a Kristela, una haitiana compañera de estudios a quien dejó por una ucraniana, vendedora de frutas en las playas de Conill.

En este poblado cimentado a orillas de un frío mar,  cuyas olas apetecen tocar las puertas de sus blancas casas, coronadas de tejas rojas, conoció Ruth a Blas.

Único amor de Ruth diferente a los demás. Blas es homosexual y esa condición atrapó a nuestra amiga. Según dice es el amor que más ha disfrutado. Del que aprendió, cuanto llego a saber en materia sexual.

Hay que escucharla y verla. Saborearla ron de por medio contando las historias que vivió con Blas, se pierde una entre besos y coito en los sitios más insospechados del cuerpo humano. 

La cuenta va de erección entre axilas, hasta jugar para alcanzar virilidad, con los cabellos de sus cabezas.

Una locura.

Hastiada de tanto placer diferente, el embrujo del mar en Conill, le puso una mañana de poco sol ante Francisco, quien la trajo a esta geografía.

 Bendita llegada suya a esta isla nuestra, llena de cocoteros y palmas en la que el Sol, Astro que mi amiga venera, se pierde más allá de las once de la noche y en la que el parecido a Conill, la atrapó.

Dice Ruth que somos duros, rudos, y que por ello no puede explicarse la naturaleza servil de nosotras, las isleñas.

Es que en la Isla cada edificio se erige sobre los arrecifes que nos rodean. Quizás de ahí nos venga la rudeza.

Sin embargo la nostalgia por el ver más allá del horizonte que nos ofrece el infinito mar, al mismo tiempo, nos hace melancólicos.

Puede ser este el secreto de la mezcla, con la que nos caracteriza la andaluza. Tan rudas, al mismo tiempo que frágiles.

Entre nosotros selló sus aficiones, coleccionar biografías de grandes mujeres, y ser radicalmente diferente de sus semejantes.

Aquí saboreo las historias personales de Isabel Allende, Carilda Oliver, Rita Montaner, Dulce María Loynaz, Maris Bustamante, Tina Modotti, María Felix, María callas,  Marilyn Monroe, Coco Chanel, George Sand.

Muchas más.

Aquí asesinó a Francisco por traicionarla con Blas, cumplió sin angustias su condena y al salir regenta este maravilloso bar, al que nos hemos habituado ya, mujeres solas.

Seamos iguales o diferentes; pequeñas o grandes; rudas o frágiles; homogéneas o promiscuas, famosas o no. Mujeres de carne y hueso que a fin de cuentas, hemos sido su única debilidad y su eterno castigo.

Siempre que observo su colección de fotografías, pienso que falta tan solo, su propia imagen.

viernes, 11 de noviembre de 2011

I En el café de Ruth

                                                                                                                                           

Si alguna vez logran intimar con Lesbia, notaran que es una mujer de esas que andan por la vida, sin que notemos cuanto de diferente a las demás, suelen tener. Porque verdaderamente lo son. Iguales, distintas y especiales.
No se encuentran todos los días seres con la cabeza tan bien colocada. Ella como nadie sabe lo que quiere y como alcanzarlo.
La conocí en el Café de Ru, un sitio pequeño al que acudimos mujeres solas. No es común por estos lugares que las mujeres accedan sin compañía a sitios públicos.
Así que Ru, una mujer también poco común, abrió este sitio con esa finalidad.
Un rincón para mujeres que desean tener un espacio, donde charlar consigo mismas.
Aquellas que llegan a veces angustiadas, se encuentran el llamativo cartel que con letras rojas bien grandes, colocó en la entrada:
“Incluso llora si te hace bien, nadie molestará tu llanto, estás en el Café de Ruth”.
El sitio se presta para rabiar, llorar, reír, beber, escribir, pensar y sobre todo reflexionar con una misma, sin que te molesten.
Solo 6 mesas redondas, cada una con solo una silla, en este pequeño espacio a media luz.
Y más aún, en el café de Ru, se puede fumar. La barra, es tan chica que solo caben 4 banquetas.
Paredes pintadas de verde, porque su dueña adora el color de la esperanza, y tantas fotos de grandes mujeres como el espacio lo permiten.
Ya contaré alguna vez quienes están en esa inmensa galería de Ru, porque al mirarlas detenidamente, te das cuenta del mensaje que la dueña quiere enviarnos a las mujeres solas, habituales en su bar. Porque no es un café, es un bar, aunque a Ru, ese término le huela a hombres como siempre dice.
El sanitario  limpio y oloroso.
Trabajan el lugar únicamente dos personas, ella, con una chica muy joven y homosexual.
En este sitio peculiar conocí a Lesbia, fue raro, casi nadie  suele entablar conversación allí. El lugar no se presta para hacer amistades, y el objetivo de su dueña es que tengamos espacio para estar con nosotras mismas.
Sin embargo desde que entré algo me dijo que no era el día de “estar a solas”, Lesbia me miraba detenidamente, con una amplia sonrisa.
Llegué ese día bastante atormentada tras una fuerte pelea con mi amante. Nada especial. Lo mismo de siempre. El puede mantener su matrimonio. Yo; no puedo ser independiente. Tema trillado lo suficiente para que en algún momento me ayudé, a abandonar esta relación, que va poniéndose vieja y aburrida.
No me detuve en la sonrisa de Lesbia pero fijé su rostro. Sin ser una cara bonita, es alguien que llama la atención. En alborotado pelo largo, rizado a lo afro, adornan su rostro unos grandes ojos verdes que resaltan con  su piel morena. Mulata, una auténtica mulata.
Solo la miré de pasada, seguí mi camino directo a la barra, es el sitio que me gusta del Café, sobre todo cuando estoy tan molesta como ese día.
Pedí  mi trago, “Menta a la roca”, el preferido en momentos como estos. Tomé un sorbo, dos, tres, cuatro y sentí que alguien me miraba.
Dí un giro, mis ojos se encontraron de nuevo con la sonrisa amplia de aquella mujer.
Me molesté, si que me molesté, no me gustan las mujeres. Aunque ese día como tantos otros, sintiera un odio visceral contra los hombres. Pero no me gustan las mujeres.
Volví a girar mi cuerpo y seguí pensando en Gerardo y sus estupideces, o mejor las mías, al dilatar por tanto tiempo una relación acabada desde que comenzó. Nunca debí enamorarme de un hombre casado.
Cinco, seis, siete y la mirada continuaba sobre mi nuca.
__¡ Ru!. Grite con rabia. _ Hola Melina ¿cómo te tratan los hombres hoy?. Me contestó desde adentro. _ Chica, cualquiera podría pensar que soy una puta, ¿tu sitio continúa siendo, un lugar para mujeres solas que necesitan vaciar el alma, sin compañía? pregunté con toda intención.
Entonces Ru apareció con su sonrisa al tiempo que Lesbia se levantaba, y avanzaba hacia  mí.
Ambas llegaron juntas a mi sitio.
Ru que todo lo entiende, captó que algo raro estaba sucediendo. Lesbia, nueva en el lugar, atacó.
_ Espera, ¿lo dices por mí? Porque te miro o mejor más sencillo, porque te molesta que te mire?
_ Ambas cosas, ¿sabes qué? No tengo el día bueno, estoy aquí porque quiero estar sola. Además no me gustan las mujeres.
Ella se me quedó mirando sin dejar de sonreír, fue un tiempo corto pero suficiente para darme cuenta que era una mujer bella, elegante, alta, más alta que yo. Mido 1,80. Me fijé en sus  amplias caderas y su poca, poquísima cintura. Me dio tiempo a quedar impresionada antes que volviera hablar.
_¿Y quién ha dicho que a mí me gusten las mujeres?. Quedó callada, esperando mi respuesta, tiempo que aprovechó Ru, quien me conoce hace tantos años como los que tiene su Café, para meter cuchareta:
_ Nenas, sin peleas, odios ni rencores...
_ Espera Ru, no corras, no conozco a esta señora de ningún lugar.
_ Pensé que...
_ No pienses tanto Ru. Contesté mientras aquellos ojos verdes, detallaban mi cuerpo.
Entonces Lesbia nos enseñó una blanca y perfecta hilera de dientes blancos, en sonora carcajada. Nos quedamos más asombradas. No entendíamos su reacción. Aunque algo nos quedaba claro, su intención no era pelear y  menos que le gustaran las mujeres.
Claro que de inmediato pensé, qué querría esta mujer de mí, no recordaba conocerla de ningún sitio.
Pasaron por mi mente millones de lugares, nombres de amigas y enemigas, familiares lejanos, miles de cosas en segundos. Ninguna tenía que ver con aquel rostro.
Fue entonces cuando dejando de reír, llena de calma y de paz. La mirada de Lesbia inspiraba eso, paz. Me tomó de la mano invitándome a sentar ajena totalmente de Ru, incluso sin su permiso agregó a su mesa una silla, en la que casi me obligó a sentar.
Bajito muy bajito, llena de luz y paz. Más de la que podrían ofrecernos, aquellas fotos de mujeres excepcionales colgadas en las paredes, comenzó una conversación que haría de Lesbia, la mujer más especial que he conocido después de mi madre.
_ Melina, me llamo Lesbia y... soy la esposa de Gerardo.